Me encanta el verano, le quitaría quizá un poco de volumen. Algo menos de chillidos, de música en absolutamente todos los chiringuitos, todas las tiendas, todas las toallas playeras…no impondría el silencio, en absoluto, rebajaría el volumen de las ondas.
Me chifla la playa, el ruido del mar, y el horizonte lejano. Me inquietan los aviones que pasan con anuncios de casas, de chismes, de parques acuáticos, de atracciones… obligándome a hacer malabares con la cabeza para leer los rótulos de la pancarta que lógicamente no está quieta.
Me encanta el ir y venir de la gente, pero me ataca a veces la cantidad de publicidad que te dan por la calle, obligándote a leer muy deprisa el titular para tirar el papel rápidamente a la papelera abarrotada, como si ese papel estuviera hirviendo.
Podríamos multiplicar los ejemplos. Tenemos más tiempo para charlas porque tenemos más tiempo de ocio, y sin embargo no destinamos ese tiempo libre ni a la familia lejana ni a los amigos telefónicos o las relaciones epistolares… nos dedicamos a sestear (“la siesta…” para el común de los mortales), a andar en los mercadillos, o tirarnos en una toalla con conversaciones que no exijan grandes razonamientos ni larguísimas respuestas….
¿Se han dado cuenta de ello verdad?… ¡¡¡¡ Claro !!!! Es que lo que pasa es que llegamos al verano infoxicados, ahítos, empachados, aturdidos de información durante el invierno… con un exceso de inputs que nos obligan a dar respuestas rápidas…
Estamos empachados de comunicarnos con el mundo exterior, sin poder oírlo por el ruido, sin poder verlo por la cantidad de batiburrillo con el que nos encontramos, sin comunicarnos bien porque nos perdemos entre tanta comunicación que quieren embutirnos.
En verano, practica la dieta light de la comunicación, fuera la infoxicación.