1. Los tímidos lo son, porque emplean más tiempo en observar, escuchar y analizar que en hablar. Es cierto que hablando se entiende la gente, pero también lo es que por la boca muere el pez. El secreto de un buen mensaje está en su adaptación. Cuando el tímido está observando, está escuchando con los cinco sentidos, aprendiendo lo que el interlocutor necesita, estructurando qué es y cómo es el mensaje que debe emitir.
  2. Un tímido habla menos, pero normalmente habla mejor. Y esto es porque coloca sus pensamientos, dándoles una clasificación y un orden de prioridades. Los extrovertidos colocamos el pensamiento mientras hablamos y eso nos lleva a menudo a la desorganización mental y por tanto al desorden comunicativo. Antes de hablar, piense.
  3. Un tímido conoce menos gente pero los conoce mejor. No son personas que cuiden tanto la cantidad como la calidad, y eso les hace estar más concentrados en la persona que tienen delante, así como en el aquí y ahora. Una persona introvertida aprenderá más de cualquier encuentro, que un extrovertido perdido en un montón de estímulos. Es una cuestión de energía, el introvertido la obtiene del interior y el extrovertido, del exterior. Esto hace que una persona extrovertida sea más vulnerable a los inputs que bombardean el cerebro.
  4. Los tímidos no tienen un problema de habla, tienen un problema en el motor de arranque. Es el caso contrario al extrovertido: Lo que es peor es arrancar y confirmar la sospecha de los demás: callado estabas mejor.
  5. Los tímidos son grandes confesores, y grandes oidores… la gente compra más y le gusta más estar con gente que la escucha, porque le da el rango de protagonista del encuentro, de sabio del tema, de gran conversador. La información es poder para quien la tiene. Un introvertido es una persona en la que se hace verdad aquello de dos orejas para escuchar y una boca para decir.