Parece mentira, porque el niño nace comunicándose, no nace hablando… y ya le entendemos. Así es que cuando nuestro bebé arruga la nariz, emite sonidos, llora,… sabemos que algo está pasando… y cuando dejamos de ser primerizos, sabemos casi exactamente lo que está pasando.

Al principio todos los bebés son magníficos relaciones públicas, con gran intuición para saber sobrevivir, con un magnetismo personal fuera de toda duda… con una comunicación natural, estupenda. Y es que se nos olvida que el habla es una parte reducida de todo el proceso comunicativo.

Después nos preocupamos porque los niños aprendan a hablar, pero no que aprendan a comunicarse. Les enseñamos a no confundir z y c, el me y el se, a dar las gracias, pero sin preocuparnos de que lo digan mirando de frente y sonriendo a la persona que nos hizo un favor. Les enseñamos por tanto a balbucear palabras, o tener una dicción perfecta, olvidando que el lenguaje de los gestos les añade inteligencia emocional, les ayuda a relacionarse más y mejor, de una forma más intensa, más real, y más fácil. No vale de nada dar las gracias, sin mirar, de pasada… porque convierten un elogio en un acto de superioridad hacia quienes le hicieron el favor.

Se enfadan con nosotros, con sus amigos, con sus profes y no saben gestionar sus emociones porque no saben comunicarse con ellos mismos ni con los demás. No han aprendido el dialogo interno para ponerle nombre a las emociones y saber el antídoto de cada una de ellas.

Hacen exámenes donde saben las cosas que el libro dice, pero sin entender las palabras, y sin saber expresarse con claridad. Cuando uno no sabe explicar bien las cosas, es porque no sabe pensarlas, no las ha entendido, no las ha hecho suyas.

No les hemos enseñado el lenguaje de los gestos, y nos encontramos jóvenes de rostros impasibles que convierten la comunicación verbal en mensaje impersonal de WhatsApp.

Y hablando de redes sociales, no les hemos enseñado a quien dirigirse. Les hemos enseñado mensaje, pobre, pero lo enseñamos, les hemos dicho quien es el emisor, ellos mismos; pero a quién le hablan por las redes sociales, quién está al otro lado, para qué utilizaran sus fotos, sus risas, para qué….

Les hemos dado un altavoz, que no saben manejar, pero que a ves les devuelve un eco atroz, en forma de bulling, de sexting… de todas esas palabrejas que significan que las personas, niños y mayores pueden hacerte daño…

Y cuando yo le enseñé a mi hija a hablar, no pensé que pudiera ser un arma de destrucción, de ilusiones o de relaciones.

Ahora lo pienso, y cada vez pongo más atención no solo en lo que dice, sino cómo lo dice, a quién y para qué…le digo que escuche a las personas con los oídos, con los ojos, con el corazón, con la intuición…

Felicito a los colegios que están poniendo en marcha cursos transversales sobre inteligencia emocional e inteligencia social, para saber formar personas.

La comunicación le ayudará a ir por donde quiera, le enseñará el valor de las personas y las cosas, le ayudará a enfrentarse a sus alegrías y a sus problemas, le ayudará a explicarse a sí misma, poner en orden el pensamiento, escribir mejor una carta o un currículo para conseguir trabajo…

La comunicación nos sitúa en el mundo, nos da las claves internas, nos ayuda a explicar y explicarnos… y le dedicamos cuatro tardes a decir no se dice pío, pío, se dice pollito…