Hace unos días justo en el inicio de curso, una madre hablaba sobre el gran cumpleaños que estaba organizando a su hija, e invitaba a las niñas a asistir a él. Otra de las madres presentes en el grupo dijo:

-“Mi hija irá si aprueba matemáticas, porque ella sabe que está amenazada, y si no aprueba no irá al cumple”.
La madre de la cumpleañera sonrió y dijo:
-“Mujer, es una buena forma de motivarla, no de amenazarla”.

¡Qué formas de comunicar tan diferentes!

Y mi cabeza hizo click. Me di cuenta de cómo las palabras pueden poner de manifiesto una idea pesimista u optimista de la vida, ponen o quitan dramatismo a una frase, hacen que las acciones lleven una carga de mala uva o de alegría.

Todos hemos leído más de una vez, como las palabras también valen para hacer que se cumpla o yerre una profecía. Si a un niño le dices que es torpe, lo clava; pero si le dices que es listo, también. En muchos estudios se ha constatado como cuando los estudiantes son constantemente alentados con palabras que hablan de sus habilidades y dones, sacan mejores notas y cuando son humillados y se les hace notar su falta de aptitud, las calificaciones bajan.

Lo mismo pasa con las visualizaciones. Si uno se dice todo el rato que las cosas no salen, no saldrán, y si uno se habla a si mismo siempre desde el pesimismo y la tristeza, las comisuras de los labios se irán hacia abajo, los ojos perderán brillo y se cumplirá lo que la comunicación depresiva ya adelantó: todo es un desastre.

Hay palabras mágicas que dan brillo a la vida, luz al pensamiento y fuerza a la acción: y hay palabras tristes, que nos convierten en cenizos y en tóxicos: puro veneno para nosotros y los demás.

Los pensamientos están hechos de palabras, las que pones existen, y van componiendo la realidad en la que vives; las que rechazas no figuran en tu vida.

Las cosas ocurren, sí; pero hay que ver cómo te comunicas las cosas que te ocurren. Como te las explicas, lo que te dices… que palabras te dices. No es lo mismo hablar de una desgracia que de un contratiempo, ni es igual hablar de una tragedia que de una malapata.

Analiza el lenguaje de la gente con la que te relacionas y te darás cuenta por la carga dramática de sus palabras cómo son, qué les preocupa… cómo hacen frente a la vida.

Comprueba el lenguaje que utilizas, como te comunicas contigo mismo: comprobarás cómo eres y el momento por el que estás pasando.